1 de diciembre de 2018
Treinta años después del primer Día Mundial de la Lucha contra el Sida, la respuesta al VIH se encuentra ante una encrucijada. El camino que escojamos definirá el curso de la epidemia: ¿pondremos fin al sida de aquí a 2030 o tendrán que seguir las generaciones futuras soportando la carga de esta devastadora enfermedad?
Son más de 77 millones las personas que han resultado infectadas por el VIH, y más de 35 millones las que han fallecido por enfermedades relacionadas con el sida. Se han hecho progresos enormes en cuanto al diagnóstico y el tratamiento, y gracias a los esfuerzos de prevención se han evitado millones de nuevas infecciones.
No obstante, el ritmo del avance no es acorde con la ambición mundial. El número de infecciones por el VIH no disminuye con suficiente rapidez. Algunas regiones se están quedando rezagadas, y los recursos financieros son insuficientes. El estigma y la discriminación siguen impidiendo que se avance, especialmente en los grupos de población clave —como los hombres gais y los hombres que tienen relaciones sexuales con hombres, las trabajadoras y trabajadores sexuales, las personas transgénero, las personas que se inyectan drogas, las reclusas y reclusos y las personas migrantes— y las mujeres jóvenes y las adolescentes. Además, una de cada cuatro personas que viven con el VIH no saben que tienen el virus, lo que les impide tomar decisiones informadas sobre prevención, tratamiento y otros servicios de atención y apoyo.
Todavía queda tiempo para generalizar la realización de las pruebas del VIH, para posibilitar el acceso de un mayor número de personas al tratamiento, para destinar más recursos a la prevención de nuevas infecciones, y para acabar con el estigma. En este momento tan crítico, debemos tomar el camino correcto.
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