Natasha Saturno Siñovsky
El pasado 13 de enero se celebró el Día Mundial de la Lucha contra la Depresión. Este día busca visibilizar el trastorno mental más frecuente caracterizado según la Organización Mundial para la Salud (OMS) por la “presencia de tristeza, pérdida de interés o placer, sentimientos de culpa, falta de autoestima, trastornos del sueño o del apetito, sensación de cansancio y falta de concentración”.
Si no se atiende debidamente puede volverse crónica y afectar considerablemente el desempeño en los estudios o el trabajo de la persona que la padece e incluso llevar a la persona al suicidio. Lamentablemente, la depresión continúa siendo un tema escasamente comprendido (incluido quienes lo sufren), poco discutido, o donde se disminuye la importancia de sus consecuencias, incluso es común escuchar que se use el término en tono de broma en conversaciones.
Para ayudar a entender mejor lo que significa la depresión la OMS publicó un video titulado: “Yo tengo un perro negro. Se llama depresión” que trata de ejemplificar y transmitir de forma sencilla lo que este trastorno de la salud mental significa.
Las causas que pueden llevar a una persona a deprimirse dependen generalmente de una interacción entre factores biológicos, factores psicosociales y de personalidad, es decir, las combinaciones son infinitas y las causas dependen y varían de caso en caso. Eso explica, porque ante un mismo contexto que puede desencadenar este trastorno (como la muerte de un ser querido) dos personas reaccionan de forma diferente.
La realidad venezolana
Ahora, aunque las causas varían en el caso por caso, no hay duda que un contexto adverso de condiciones de vida incide directamente en el aumento de casos por depresión. El caso venezolano, donde las cifras de depresión han aumentado vertiginosamente, se considera que la depresión más que un trastorno individual es un trastorno social. El país se encuentra atravesando desde el 2016 una Emergencia Humanitaria Compleja (EHC) al que se le sumó una pandemia en 2020.
A un poco más de un mes de cumplir un año desde que se declarara en el país las medidas de cuarentena radical (13 de marzo de 2020) y todo lo que trajo consigo el COVID-19 (distanciamiento físico, uso de medidas de bioseguridad, restricciones a la movilidad), los estragos de la EHC combinados con el nuevo coronavirus han hecho de las suyas en la salud mental de los venezolanos.
Lamentablemente, no disponemos de datos oficiales que nos permitan hacer una evaluación clara del panorama de salud mental de los venezolanos, por lo que, debemos recurrir a los enormes esfuerzos realizados por sociedad civil que nos ofrecen algunos indicadores sobre esta situación.
En los hallazgos de un estudio realizado por la organización de sociedad civil Médicos Unidos de Venezuela (2020) sobre el estado de salud mental del personal de salud venezolano encontraron que en promedio 67% del personal de salud (bioanalistas, enfermeros, médicos y odontólogos) reportan síntomas de depresión, siendo estos síntomas de mayor intensidad entre el personal de entre 25 a 45 años de edad.
También, de acuerdo a la organización de sociedad civil Cecodap que se dedica a los niños, niñas y adolescentes (NNA), durante los primeros 6 meses del 2020 superaron su límite anual de consultas psicológicas, el 52% fueron NNA de 2 a 12 años de edad.
La solución es costosa
Como cualquier condición de salud, el trastorno depresivo debe ser atendido por un personal de salud calificado (psicólogos y psiquiatras) que muchas veces trabajan en conjunto para ofrecer a las personas una atención desde la parte biológica (con medicamentos) hasta la psicológica (con terapia).
Lamentablemente, con los servicios públicos de salud colapsados desde hace años por la EHC y con el COVID-19 en pleno apogeo, las personas deben recurrir a servicios privados, donde, una consulta con un psicólogo puede costar alrededor de 10USD a 25USD por sesión, la de un psiquiatra ronda los 30USD.
Además, algunos medicamentos recetados para ayudar con los síntomas generados por la depresión como la sertralina, trazadona y fluoxetina pueden llegar a costar entre 3USD a 10USD en un país donde el salario mínimo se ubica en 2USD mensuales.